Ayer por la tarde salimos a buscar el «famoso» castaño viejo de Laroles, una atracción local, al abarcar el pueblo, uno de los mas extenso y bonito castañar del extremo sur de Europa.
Salen numerosos senderos – demasiado creo yo – desde distintos puntos del municipio. Nosotros nos decidimos por el GR-7 E-4, que sigue una parte del tramo de la antigua Acequia Real entre Laroles y Válor (feudo de «Aben Humeya»), desde la preciosa aldea de Júbar. El camino sale a la izquierda justo antes de la iglesia, una de las más antiguas de las Alpujarras que ocupa una situación estratégica y conserva un venerable portal apuntado de ladrillos vistos (siglo XV).
Otra rareza, sobrevuela la torre, una veleta con la cruz cristiana y la estrella de David judía, que recuerdan, a pesar de las posteriores guerras moriscas en el siglo XVI, la convivencia que había en la época, de Al-Ándaluz.
Antes de emprender la excursión, nos habíamos dado un buen chapuzón en la piscina municipal de Yegen, un pueblo que inmortalizó el escritor británico Gerald Brenan en su novela de los años cincuenta: «Al sur de Granada», llevada al cine en 2003 por Fernando Colomo.
Saliendo del parking de la piscina, nos topamos con un chico marroquí que hacía autostop. Nos paramos y se subió al coche. No nos sorprendió su extrema delgadez, no por no comer cerdo, evidentemente, pero por currar como un preso de sol a sol, en un cortijo perdido de las manos de Dios y rodeado de secarrales.
Nos costó juntar el lugar unos 20 minutos, siguiendo una pista que se parecía mucho a las que encontramos en Marruecos.
Tenemos la suerte de conducir un todoterreno que nos permite salir de las carreteras cuando nos apetece. Entonces tuvimos tiempo de hablar un poco. Era «Dar-al- Baïdi», nativo de Casablanca, y dos años atrás, había llegado a la costa granadina en pátera, como muchos otros. Le pagaban 40 € el jornal (10 horas) sin contrato por carecer de papeles. Tampoco era una sorpresa, porque es lo que se suele pagar por aquí. A pesar de ello, le daba lo suficiente para mandar dinero a su madre. No hablaba francés, lo que significa en Marruecos que ni siquiera había recibido educación académica alguna, fuera de la madraza coránica.
Hablaba bastante bien el castellano y se lo dije para que se esforzara en proseguir, siendo el idioma y «una mujer andaluza» quizás, sus mejores aliados para salvarse… Se llamaba Hábu A. (padre de), pero no sé si tenía hijos. Cumplía 23 años y parecía tener 40…
Luego, estuvimos buscando horas bajo un sol de plomo «el puto castaño milenario»… Vimos millares, por cierto, muy vistosos, sin encontrar al «ansiado anciano». A lo mejor, pensando en el invierno, se habían adelantado y lo habían cortado para hacer leña. Con un pastor jubilado que llevaba un pequeñito rebaño testimonial, de 4 cabras y unas cuantas ovejas, regresamos charlando un poco de «tó», a Júbar, «la hermosa»…